…Mi abuela quedó enterrada viva bajo su casa de campo en Buin. Los bomberos la rescataron 6 horas después con hipotermia, la cadera quebrada en varias partes, totalmente desorientada y en pésimas condiciones. Ese mismo día fuimos con mi mamá y otros familiares a buscarla porque no había ambulancias disponibles. Ella iba amarrada a la tabla de bomberos, en la parte de atrás del auto. Yo le sostenía el oxígeno con una mano y le hacía cariño con la otra.
Entre todo el caos del momento, mi abuela se vio las manos y notó que no estaba su anillo de compromiso… No dejaba de repetirnos lo importante que era para ella porque se lo había regalado el Papo, mi abuelo, que murió hace años, y nos pedía insistentemente que volviéramos a su casa a buscarlo.
Yo estaba impactada. El día había sido demasiado intenso. No podía creer que se preocupara por algo así, sintiendo todo ese dolor e hipotermia, la desolación de estar sepultada viva durante horas sin saber si iba a sobrevivir, y la tragedia de ese día en general. Lo que ella me pedía no solo era imposible, sino también peligroso. Sin saber por qué lo hice, la tranquilicé y le juré que lo iba a encontrar, le di mi palabra.
Pasó un mes en la clínica con varias operaciones que no sirvieron de nada por su avanzada edad. Sus huesos no respondían, «no querían pegar».
Esa casa maravillosa, que era patrimonio nacional y tenía más de 300 años, quedó reducida en mil pedazos en un solo día. Fui varias veces a tratar de encontrar el anillo y era imposible, ya no quedaba nada de la casa, solo trozos y derrumbes; pero mi abuela empeoraba y yo me sentía traicionando mi promesa. Hasta que un día mi hermano y yo decidimos volver a Buin, contratar una retroexcavadora y buscar el anillo entre los escombros…
Estuvimos horas… Y luego no recuerdo muy bien lo que pasó… solo recuerdo que me metí a una cueva muy estrecha entre los escombros, completamente a oscuras y me puse a rezar… Escuchaba a lo lejos los gritos de mi hermano pidiéndome que saliera de ahí, pero una fuerza milagrosa me guiaba…
Le pedí ayuda a mi abuelo, que ya está en el cielo desde hace muchos años, y le recé a San Antonio y Santa Elena por un milagro… No podía ver nada y si me movía mucho las paredes y escombros se me caerían encima… Pero entre rezos, y con los ojos cerrados toqué algo, y lo supe de inmediato… ¡Era un milagro de verdad! ¡Era su anillo! Me quedé helada porque era algo imposible… Me caían lágrimas de emoción… lloraba y me reía al mismo tiempo dando gracias a Dios y a todos en el cielo por ayudarnos.
Nos fuimos con mi hermano inmediatamente a dejárselo a la clínica y ella, al verlo todo sucio y enterrado, se quedó muda. No dijo ni una palabra, esbozó apenas una sonrisa y se le llenaron los ojos de lágrimas. Le temblaban la pera y las manos, y apenas se podía mover… Se lo puso de inmediato y aunque parezca una mentira, esa misma semana, y sin ninguna intervención quirúrgica nueva, los huesos empezaron a unirse entre sí, la cadera empezó a pegar, los injertos mejoraron y ella literalmente volvió a la vida.
Hoy camina sin ningún problema… Ahí entendí que un anillo es mucho más que un anillo. Es un símbolo, una especie de talismán mágico, un objeto que representa una vida, una historia, miles de recuerdos unidos y refugiados en algunas piedras que absorben esa fuerza y que a la vez pueden hacer milagros… un pedacito de luz en la tierra…